Todos, por muy inteligente, muy implicados o muy descuidados que seamos, esperamos algo de alguien. Y, cuando ese algo no llega, nos torturamos preguntandonos si de verdad teníamos motivos para esperarlo. La respuesta es no, no podemos esperar nada de nadie que no seamos nosotros mismo. No podemos saber qué van a hacer los demás o qué piensan hacer los demás. Solo podemos saber qué es lo que queremos hacer nosotros mismos. El problema es que no podemos querer que alguien haga algo porque también tiene la opción de no hacerlo.

Junta lo más ruin del ser humano con la crueldad más avanzada tecnológicamente. Los valores desaparecen más rápido que la luz y la muchedumbre se desespera progresivamente. El sol no calienta y el frío ya no abruma, el agua no refresca y el fuego no desentumece. En definitiva, nada sirve. Y, quizás, la pregunta sea por qué no funciona.  ¿Por qué seguimos intentándolo? ¿Por qué las ideas se han estancado? ¿Por qué las soluciones no llegan y las mentiras crecen en ese montón?. Ese montón del que todos formamos parte. El que un día votamos y defendimos, el que un día proclamamos intensamente hasta que nuestras gargantas enrojecieron.